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Durante una visita a Tanzania, Héctor de Anda encontró un motivo determinante para ampliar el discurso de su obra a un país lejano, a propósito de una figura cercana a quienes hayan leído El principito: el baobab, árbol de 25 metros de altura, cuyo tronco llega a tener 50 metros de circunferencia y cuyas ramas, que son horizontales, alcanzan 20 metros de longitud.
De allí que Futuro próximo se refiera al riesgo de extinción en que se encuentra este árbol, y Pasado remoto al hecho de que baobab significa en lengua senegalesa, “árbol milenario”, pues tarda 200 años en llegar a su madurez y suele vivir de 1,000 a 4,000 años, por lo que se le considera sagrado en algunos pueblos de África tropical. Y nada podría representar mejor en la realidad los temas que Héctor de Anda ha tratado en contextos tan diversos como disciplinas plásticas ha acometido y combinado en las últimas dos décadas: el deterioro natural de la materia y la devastación artificial del planeta, es decir, por el propio ser humano.
Así que esta instalación de árboles con tallos y ramas de acero y frondas de bolsas de plástico rellenas de papel periódico, entre los cuales puede transitar el espectador, bien pueden premonizar la sustitución de la vegetación natural por las acumulaciones de residuos industriales que terminarán ahogándola. Rodeados por pinturas de siluetas de baobabs extintos, respaldados por una proyección de video que sugiere el vertiginoso avance de la desertificación del planeta y acompañados por la música acechante y reiterativa de Philip Glass, tal parece que estos árboles constituirán las lápidas del cementerio global que ningún ser vivo podrá conocer.
Luis Carlos Emerich
