Niños del Camino

Sala 2

Más allá de la observación con simpatía de los juegos de la infancia, hay una brumosa nostalgia interior que se decanta en el poder de la evocación, la memoria, la ilusión por lo ido. Imaginación rediviva, ansia por lo perdido, sueño inasible. “Dime, niño, ¿de quién eres?”, dice un villancico tradicional. ¿Y estos niños de quién serán? Son de todos y de nadie; son del aire y del mar, del amanecer y de la noche; son los niños… del camino. Y ellos sí que tienen para sí aquel trompo y aquel balero, y esa parvada de avioncitos de papel, y ese cardumen de barquitos doblados a mano que, desde el astillero de sus dedos, liberan sobre las aguas del doméstico océano que se abre a sus pies.

La albarrada cómplice despliega su escenografía para el juego. El cielo toma con la punta de sus dedos los papagayos y, uno a uno, los prende en la orilla de su capa; la niña-crisálida gira entre sus manos una cuerda y, en metamorfosis saltarina, se trasmuta en mariposa… Vuela la kimbomba como rayo; vuela el niño con los pies en el aire y la chácara pintada bajo sus suelas, y los iguanos testigos viajan en bicicleta o migran al espacio en un columpio vespertino.

Para invocar este panorama, la pintura de Miguel Cimé parece transparentarse desde el lienzo. El color abriga al dibujo, y se ilumina como a través de un tamiz de sutiles vibraciones. Es decir, el color se insinúa.

En las fuentes en las que se ha nutrido el pintor, parecen asomarse el simbolismo y el futurismo. El primero convoca a la interpretación, la imaginación y los ambientes oníricos; el otro, a la visualidad imparable del movimiento. Ambas corrientes, asociadas al aspecto humano de Miguel Cimé, se reinventan y se aproximan al ya de por sí tan simbólico y fantástico mundo infantil, en el ingenuo y agreste entorno rural, como un encuentro idealizado o el sueño de algunos artistas que buscaron afanosos el encuentro de la candidez y lo espontáneo.

Con estos Niños del camino, sin afán de rescatar la tradición, Miguel Ángel Cimé parece develar el universo de los niños, las luciérnagas y el paisaje, y los juegos de canicas y lasrondas. Un día, Sigmund Freud dijo que la “infancia es destino”.Si como la de estos niños fuera nuestra infancia… Si así fuese nuestro destino…

Acerca de Miguel A. Cimé

Miguel A. Cimé (Conkal, Yuc., 1964) estudió dos años con el muralista campechano Sergio Cuevas y cuatro años en la Escuela de Bellas Artes de Yucatán. Cuenta con 85 exposiciones colectivas en Yucatán, Cozumel, Campeche, Veracruz, Tabasco, Puebla y Ciudad de México; además de una decena de exposiciones individuales. En 1996 inicia en Conkal el taller Valor Lineal, donde imparte el curso de dibujo y pintura.

-Miguel A. Cimé