Arte e hipercomunicación: Pros y contras de la era digital en la sociedad actual

Arte e hipercomunicación: Pros y contras de la era digital en la sociedad actual

Nunca antes el mundo había estado en condiciones tan favorecedoras en términos de divulgación; tan favorecedoras y desafortunadas, quiero decir. La democratización (aparente) de los medios masivos de comunicación ha dado lugar a contenidos variopintos y a una ilusión que alimenta la coloquial idea del libre albedrío, al menos en cuanto a consumo de información se refiere: uno se entera de lo que se quiere enterar; uno decide si se quiere enterar o no; uno decide si preocuparse o no por tener que decidir si se quiere enterar o no. Prioridades.

En términos wittgensteinianos, pareciera que la realidad se expande en complejidad y cantidad en la medida en la que mayor cantidad de información se comparta entre los interlocutores; la realidad compartida de manera inmediata y en tiempo real, además de la ilusión de la libertad, también brinda grandes y tramposas posibilidades de consenso: fugaz e inasible consenso. Es sencillo y rápido enterarse, por ejemplo, que existe una gran cantidad de detractores sobre la obra de Frida Kahlo: basta con teclear su nombre en los motores de búsqueda de alguna de las redes sociales para encontrarse con comunidades completas que cumplen con este requisito; la adscripción identitaria termina por validar posturas; nimias y fugaces y a veces inútiles, pero posturas al fin.

Y sí, es cierto también que la era digital con sus infinitas posibilidades y su potencial de hipercomunicación trae consigo grandes e inexorables desventajas: la validación masiva y su consecuente consenso le otorga voz a actores que, en el pasado, no hubieran tenido oportunidad alguna para resonar. Umberto Eco los llamó la legión de idiotas, dispuestos a expresarse y demandar ser escuchados (o leídos) en todo momento porque el reconocimiento social es lo más. El asunto de importancia con Eco (a pesar de sus sensibles detractores) no era la etiqueta personal y el perjuicio para quienes hemos sido parte de la legión sino ¿qué vamos a hacer con tanto?, ¿ahora también tendremos que decidir ponerle mute a cuanta voz nos desagrade?, ¿no se hace necesario un filtro para que la masificación de estas voces idiotas no devenga en revoluciones sin argumentos en detraimiento del mundo?

La ola mediática y sus usos son, por el momento, imparables; resulta ridículo pensar en la posibilidad de la institucionalización de filtros y jueces que determinen, voluntad primero, qué es digno de compartirse y qué no; ese proceso sigue siendo casi exclusivo del mundo del arte. Sin embargo, si somos atentos a los ciclos en la Historia, se hace muy probable un colapso social en algún punto: la información, los canales y la cantidad van a ser tantos que el interés se perderá y la salvación llegará en formas muy básicas, es ahí en donde la legión de los ortodoxos encontrará enmienda.

Mientras eso sucede (o no, da igual) bien podemos disfrutar de los contrastes que nos ofrece la era hipercomunicada: el período sélfico nos otorga cosas como que una chica se endeude con más de 200,000 dólares al intentar tomarse una foto en una posición incómoda en una sala de arte, tirando las mamparas en fila por accidente; todo documentado en vídeo, por supuesto.

Esta era y sus herramientas (?) nos regalan a una Avelina Lésper convertida en un personaje mediático con miles de seguidores, que la consideran el contrapeso necesario de la posmodernidad abstracta y la estampan en playeras. Esta era nos permite reconocer, mundialmente, el desastre que significó el Ecce Homo de Borja restaurado por una mujer con nulo conocimiento al respecto, pero con mucha buena voluntad. Esta era nos permite aplicaciones como Arts & Culture, el esfuerzo de acervo digital y divulgación, el Google Cultural Institute que nos permite conocer obras, escuelas y corrientes al instante. Esta era nos regala el meme como unidad básica de comunicación.

Al final, estamos también bajo el yugo de una presión altísima: si la premisa de la democratización de los medios es también la obtención de la libertad para elegir qué sí y qué no, ¿cómo vamos a elegir? Pareciera que nuestra principal responsabilidad, con nosotros y con el resto del mundo, tiene que ver con hacerse de un criterio suficiente para, al menos, encontrar satisfacción genuina tras nuestra decisión.— Ricardo Javier Martínez Sánchez para “El Macay en la cultura”

Fuentes: Diario de Yucatán