Miguel Ángel Cimé: los epílogos de la infancia

"Los niños del camino", con aire bucólico y naif

Uno recuerda su infancia como el mejor tiempo posible. La cronología es cosa de adultos. Un niño nace para jugar, no para medir intervalos. Juega como si practicara una religión, con los ídolos que tiene a su alcance. Durante un tiempo prolongado, es ecologista: cree que las luciérnagas dominan el mundo. Al rato se aburre, aprende a construir papalotes: su Dios tiene forma de rombo. Un día decide fabricar cientos de barcos de papel por el puro deleite de irse lejos. Se retira y vuelve a conseguir la felicidad...

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Fuentes: Conejo Belga, Diario de Yucatán, La Información