Confrontación 66. Cincuenta años 1966-2016

Salas 9 y 10
Disidencia y confrontación, la lucha por la autonomía estética
 
Desde inicios de los años cincuenta del siglo pasado, los artistas de la Generación de la Ruptura (1952-1968) abrieron los ojos a planteamientos universales que involucraban la diversificación de lenguajes estéticos, la experimentación en los procesos de creación y la búsqueda de un arte autónomo y libre de contenidos externos, principalmente aquellos derivados del discurso social y político imperante desde hacía varias décadas. De esta manera, se distanciaron de los postulados de la Escuela Mexicana y trazaron múltiples rutas estéticas que encontraron espacio en galerías independientes y proyectos de autogestión. Paralelamente, desde el ámbito oficial, los recintos culturales fueron multiplicándose hasta contar con una infraestructura de 40 museos de nueva creación, incluido un espacio dedicado exprofeso para las nuevas formas de expresión plástica: el Museo de Arte Moderno que abrió sus puertas en septiembre de 1964. Así, el campo intelectual se reconfiguró como un sistema más complejo e independiente, en el que la Ruptura luchó por la visibilización y legitimación del movimiento de modernidad en el arte mexicano.
 
En este contexto, Confrontación 66, inaugurada en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México el 28 de abril de 1966, supuso para los rupturistas una de las piedras de toque de su generación que les permitió “tomar por asalto el palacio de mármol y firmar el acta oficial de defunción de la pintura mural y la vieja escuela mexicana"[1]. El camino hacia esta emblemática exposición no estuvo exento de tensiones y desencuentros. Tuvo como punto de partida la polémica suscitada en el Salón ESSO, el 2 de febrero de 1965. Meses más tarde el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) propuso hacer una exposición-balance de las últimas corrientes en la pintura mexicana, sin distinción alguna. En medio de una complicada organización, que creó eco en los principales medios de comunicación de la época, se entregaron invitaciones directas y se publicó una convocatoria abierta. El día de la inauguración los ánimos se caldearon todavía más al encontrar un Salon des Refusés, como en el París de 1863. Dos décadas más tarde, en el mismo recinto se pretendió actualizar la polémica a través de una exposición similar, pero con algunas variantes como un sistema de selección de listas cruzadas y la eliminación de los límites de edad.
 
Pretender hacer un facsímil de Confrontación 66 equivaldría a emprender un periplo inasequible –principalmente porque el libro-catálogo no llegó a publicarse– y desafortunado por aportar muy poco a la reflexión sobre este despertar del espíritu crítico. Hoy, a 61 años y 1,304 Km de distancia pretendemos ir más allá del carácter conmemorativo para meditar sobre la deconstrucción y el rumbo del artista contemporáneo mexicano:
 
“Pintores de la pintura… su actitud implica el reconocimiento de que como artistas se encuentran solos, que no reconocen la validez del mundo a su alrededor; pero también de que el arte en sí mismo es una respuesta. Es una actitud opuesta al sedante optimismo oficial. Parte del reconocimiento de que el artista contemporáneo tiene que inventarse a sí mismo, crear sus propias reglas”[2].
 
M.C. Addy Cauich Pasos, Psic.

[1] Manrique, Jorge Alberto (2001). Una visión del arte y la historia. Tomo IV. México: UNAM.
[2] García Ponce, Juan (1966). Confrontación 66. México descubre el arte moderno con 50 años de retraso. México en la Cultura. Pp. 8. 
 
 
 
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