El Macay rinde un homenaje al artista plástico
La exposición se llama “Gabriel Ramírez, hoy” y sin embargo entrar a su sala es también cruzar el umbral del pasado. En esos acrílicos que vemos hoy perviven latentes el “ritmo secreto que permite todos los estallidos” y “toda la violencia encerrada en las telas…” de los que ya hablara García Ponce en “Nueve pintores mexicanos” (1968) cuando precisamente escribió que Ramírez “parece estar pintando siempre el mismo cuadro” dadas las sutiles variaciones entre un cuadro y otro, limitadas, decía, a la contracción o ampliación de los espacios entre las zonas de color y trazo de sus lienzos.
Ahora, en el contexto de esta exposición de homenaje a sus 80 años cumplidos y de los cuales durante más de cinco décadas ha pintado sin parar, Gabriel continúa con la fuerza expresiva de siempre, la de la juventud, la de la madurez, y con el mismo gozo y la misma angustia. En algunos rasgos, su obra contemporánea se acerca más a la de los años sesenta y setenta que a aquellos acertijos de los noventa, más angulosos, más dislocados y menos orgánicos, que invitaban a la imaginación a armar y desarmar ciertos escenarios en una habitación inventada.
Es más, de la sala permanente en el museo pasamos a la temporal y por instantes, por parpadeos, podríamos pensar que estamos en la misma.
Sin embargo, si los cuadros de Ramírez pudieran hablar tal vez no estarían de acuerdo. Nos pasa como cuando miramos grupos raciales y a la ligera decimos “todos son iguales” y en realidad no es así. En cada una de sus pinturas está contenida una individualísima emisión más de su búsqueda de liberación pictórica a través de la pincelada, del control del color sin mezcla, del equilibrio entre las zonas de discursos tonales unívocos y las recurrencias rítmicas ante las cuales la mirada del espectador recorre una y otra vez los lienzos con la sensación de jamás poder terminar de verlos. Es “el principio de cambio” hallado por el pintor, como dice en su hoja de sala, en su propio interior. La propia reinvención ensimismada.
En las salas 1 y 2 del museo el título del artista para su hoja de sala da qué pensar: “Obra última”. Si la última es la de hoy… ¿y la de mañana? En fin, una primera mirada a lo expuesto revela recurrencias de colores cálidos, con grandes áreas libres, sólo cubiertas de amarillo intenso o de blanco luminoso. Después, miramos los trazos entre sígnicos y gestuales, de negros contornos y manchas de colores básicos que se intrincan atraídos por un eje magnético hacia el centro de cada lienzo, en el que terminan por flotar como en búsqueda de una morfología final impredecible.
De Gabriel ya se ha hablado mucho (se seguirá seguramente) de su infancia y juventud en Yucatán, sus años en Ciudad de México en el contexto del surgimiento de la generación de la Ruptura, la influencia del grupo Cobra, la galería Juan Martín, la impronta de Van Gogh en su vocación como pintor y sobre su perenne angustia ante la imposible conclusión de una obra: “… nunca estoy seguro, el otro día vi unos cuadros míos de hace tiempo y pensé que todavía no estaban terminados ¿o sí? No lo sé, pero uno de ellos ya no lo voy a poder cambiar porque así lo quiso un comprador. Me pidió que lo dejara así porque así lo quería”.
Si ya los termina o los “vuelve a terminar”, ya estará por verse, pero los cuadros de su exposición temporal remiten tanto a ese primer Gabriel juvenil de los años sesenta como pertenecen y son el de hoy, al que vemos a veces en su proverbial Itzimná o caminando en un parque del Centro.
De vuelta a García Ponce, ya señalaba con respecto a Van Gogh que no hay en la obra de Ramírez “rastros que conduzcan al gran pintor holandés o al menos, señalen su presencia” y que la posibilidad de entender esta influencia en el yucateco está en la de su pintura, en la que llega a “encerrar la violencia natural de la realidad” en un orden formal pictórico. Una violencia que en Gabriel, según él dice, parece traducirse en la constante búsqueda del hallazgo jamás alcanzado: “Yo soy solo un pintor muy pocas veces satisfecho con su trabajo… para mí la pintura es un amargo camino que jamás se logra recorrer completo…”.
Punto de Encuentro
Como se ha informado, el próximo “Punto de Encuentro” del Macay, este viernes a las 11 horas, estará dedicado a Ramírez. Coincidirán Ana García Bergua, Christian Núñez y Luis Ramírez Carrillo. García Bergua ha descrito su pintura como “a medio camino entre lo figurativo y lo abstracto, de una gran fuerza y complejidad” y ha comentado sobre su abundante producción dibujística acompañada de las notas biográficas de los escritores o músicos retratados, traducida en varias ediciones.
Núñez ha escrito que, “dentro de las tendencias abstractas, su obra es de las más rescatables: posee una fuerte personalidad, se mueve con firmeza y no hace imitación burda de nadie. Solo es”. Y Ramírez Carrillo, quien por sus vínculos familiares lo conoce desde niño, dijo recientemente en una entrevista que el lenguaje abstracto en Gabriel “es una manera muy emotiva de recuperar el pasado; el pasado aquí son los colores, el sol y la luz de Yucatán”. Una oportunidad sin duda para dialogar y aproximarse a la obra, la vida, el tiempo y el contexto de Gabriel Ramírez Aznar.— María Teresa Mézquita Méndez para “El Macay en la cultura”