Titulo este escrito con una frase que utilizaba la doctora Teresa del Conde porque con su fallecimiento se cerró un ciclo de la crítica de arte en México que vio converger a diversos especialistas entre académicos, historiadores, cronistas de arte y demás comentaristas.
Mucho se ha hablado de que la crítica de arte en México es escasa y a esto habría que añadirle la evidente centralización del arte y la cultura que imposibilitan evaluar la producción artística de un país.
La última gran crítica clásica de arte en México, a quien le debemos la incorporación del psicoanálisis y el entendimiento de la Generación de la Ruptura, fue autora de más de una veintena de libros, entre los que destaco “Un pintor mexicano y su tiempo: Enrique Echeverría 1927-1972” (1979) por ser la primera publicación académica sobre una de las etapas más dinámicas en la historia del arte mexicano: la Ruptura.
Lo que inició como su tesis de maestría fue publicada por el Instituto de Investigaciones Estéticas en la colección “Cuadernos de Historia”, con el número 12. En dicho balance general dio cuenta de una realidad que se continúa repitiendo hasta nuestros días: la bibliografía sobre algunos artistas se reduce a sus catálogos, publicaciones en prensa de diversas calidades y algunas menciones en obras generales. De ahí su interés en historiar, documentar y discutir lo que Jorge Alberto Manrique llamó “la polémica del arte mexicano al mediar el siglo”, con el objeto de proporcionar elementos para estudios futuros.
Enrique Echeverría fue el eje en torno al cual la doctora Del Conde discutió las piedras de toque de “la joven pintura de los cincuenta”, término que empleó para alinearse a lo propuesto por Ida Rodríguez Prampolini y que definió como un “contingente de artistas que, nacidos años más, años menos, entre 1924 y 1934, iniciaron en firme sus actividades profesionales a partir de la quinta década del siglo”.
Dichas vanguardias que lucharon por la autonomía estética querían tomar distancia del mensaje implícito del realismo social e introducir nuevas modalidades representativas y perceptuales. Más adelante, la doctora Teresa del Conde retomaría el tema en varias ocasiones y lo nombraría Ruptura, término que en escritos más recientes calificaría como “quizás poco apropiado, pero que llegó para quedarse en la historiografía mexicana sobre arte”.
La labor docente de la doctora Del Conde se inició en 1975 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, cuatro años antes de la publicación anteriormente mencionada.
Durante tres décadas fue la formadora de académicos que hoy ocupan puestos importantes en materia de arte y cultura. Para quienes no tuvimos la oportunidad de ser sus alumnos por fortuna contamos con “Textos dispares: ensayos sobre el arte mexicano del siglo XX (2014)”, una compilación de veintiún de sus escritos de 1981 a 2011.
Se trata de auténticas lecciones de Historia dictadas por una de las pocas voces autorizadas en materia de crítica de arte que, además de establecer relaciones entre las obras de un creador y una corriente, las cuestionó en su contexto.
En el texto refiere que la práctica del crítico de arte es un tanto detectivesca, porque requiere la capacidad de observar, comparar e interpretar de manera personal y dirigirse a un público que no conoce del todo para hablarle de sí mismo. Porque, añade más adelante, “la crítica para serlo requiere de quien la ejerce un involucramiento con los objetos y lo que le significan en forma personal”.— Addy Cauich Pasos para “El Macay en la cultura”