José Miguel Ullán, autor del libro “Tàpies, ostinato”, anota la siguiente frase en las primeras líneas de la obra editorial que comparte con el catalán: “Atravesar la obra de Antoni Tàpies equivale a surcar un único sendero. Lo que mueve a asombro es la poligrafía de las pisadas, la libertad de giros, la ausencia de traspiés inexpresivos, la fijeza abisal de cada huella”.
La portada del ejemplar es un eco visual de la frase: un trazo rojo encendido, mitad garfio, mitad gancho, se asoma desde la zona superior izquierda y de él parece caer y flotar una enigmática cruz, una especie de signo de más, de oscuridad desértica, como tantas más que surcan de extremo a extremo toda la obra del artista visual, nacido en Barcelona en 1923 y fallecido en 2012 en la misma ciudad, aunque durante su larga existencia vivió también en París y expuso en el mundo entero, de Nueva York a Los Ángeles, de Madrid a Berlín, de Zúrich a Londres, Milán o Sao Paulo.
La cruz que cierra y “tapia” (el pintor ha dicho caer en la cuenta hasta después de la analogía de su propio apellido con el hecho de cerrar, cruzar, clausurar, tapiar los espacios) y es protagonista de una de sus obras más conocidas, “La gran equis” (Museo de Arte Abstracto de Cuenca) es uno de los rasgos presentes y “muy Tàpies” que se pueden admirar en la colección de obra gráfica del maestro catalán, hoy en exposición en el Museo Fernando García Ponce-Macay.
La hoja de sala de la exposición intitutlada “Cofluencias”, obra del director del recinto, se refiere con gran claridad a la identificación de Tàpies con las vanguardias europeas, en particular con la generación de pintores españoles abstractos. Entre los varios posibles caminos, sígnicos y concretos, el maestro descubrió el informalismo matérico y su riqueza de materiales, texturas, porosidades, elementos heteróclitos, su enorme libertad y amplia experimentación, tan osada como controlada. Sin embargo, no olvidemos que la exposición del Macay es de obra gráfica, así que, si bien no es posible la percepción del encuentro “cuerpo a cuerpo” de Tàpies con el material, sí es una invitación para atisbar a su repertorio de imágenes y de signos también mencionados en la hoja de sala.
En “Confluencias” sus grabados en litografía o aguafuerte se coronan como una libre disposición de las formas, desarrollo del contraste genuino y absoluta libertad, y sobre todo hay una poética profundamente introspectiva, nostálgica y vital.
La obra expuesta en el Macay es en su mayoría de la década de los 70, cuando el pintor está en plena actividad: dibuja, esculpe, hace obra gráfica, pinta y además gana premios, contribuye con causas sociales con el donativo de obra y toma parte en manifestaciones en contra del régimen franquista.
La exposición es también una oportunidad para conocer de cerca algunos de tantos diálogos que tuvo el creador con otras disciplinas: como el libro de artista “Nocturn matinal (Nocturno matinal)” de Joan Brossa, que incluyó litografías de Tàpies, o como el cartel del Primer Festival de la Canción Catalana de 1968: un afiche pletórico de trazos, tachaduras, manchas negras, goteos y un gran dinamismo.
Junto con él, un aguafuerte como “Grafismes et Deux Croix (Grafismos y dos cruces)” de 1972 constituye una sinfonía de trazos, espirales, números, marcas, tachas, rayones… Es un garabatismo pletórico que rinde homenaje, en su imparable poética bicolor, al discurso visual de los informalismos.
Más información del pintor en fundaciotapies.org pero sobre todo en el Macay, en las salas 8 y 8 bis, una inmersión breve e intensa en el mundo de Tàpies.— María Teresa Mézquita Méndez para “El Macay en la cultura”