Leyenda épica en el abstracto

Leyenda épica en el abstracto

El precio de los objetos mágicos, las pasiones humanas llevadas al extremo, la venganza, el sacrificio, los animales fantásticos que ayudan o asesinan, las traiciones filiales y el destino trágico signan aquel relato de la antigua saga islandesa y la mitología germana. Antiguas voces lo preservaron en el pasado; los hombres de letras lo llevaron luego al papel y lo preservaron por centurias; un músico del siglo XIX reinventó el lenguaje para los infaustos acontecimientos y la llevó al pentagrama y a la sublimación sonora, en un tiempo propicio para las grandes historias… y en el siglo XXI un pintor recupera esta magia épica y a través del lenguaje de la música propone su particular Oro del Rin, su particular Valquiria, su particular Anillo del nibelungo…

Inaugurada el 20 de octubre pasado en la expo foro del Macay, la exposición El anillo del Nibelungo “El anillo de la creación” de Manuel Pujol puede mirarse desde varias perspectivas, la primera, más obvia y llamativa es, precisamente, la relación de la obra en exposición con la producción musical del compositor sajón, como parte de la producción del pintor catalán, dedicada plenamente a esta búsqueda plástica de rendir homenaje o traducir o transcribir —sinestésicamente o no— el lenguaje de lo sonoro, de lo escrito originalmente en un pentagrama o/y luego interpretado por un grupo, un músico solitario o un director que conduce a medio centenar de ejecutantes.

Desde esta perspectiva, en su exposición El anillo del Nibelungo “El anillo de la creación” Pujol ofrece una intensa recreación plástica de la obra monumental de Richard Wagner “El anillo del nibelungo”, particularmente de dos de las obras que la componen: “El oro del Rin” y “La valquiria”. Como precedentes, se sabe que hay numerosas e interesantes teorías sobre los vínculos entre lo pictórico y lo musical. El mismo Pujol ha reconocido entre sus múltiples influencias la de Kandinsky y su relación con el sonido; y en los siglos XX y XXI no son escasos los ejemplos de artistas en los que hay este encuentro de lenguajes: Piet Mondrian, František Kupka y Paul Klee, por sólo mencionar algunos.

Otro elemento digno de observación es el uso de recursos artísticos para llegar a la estética de esta traducción visual de la épica leyenda nórdica. En la primera parte o “El oro del Rin” el espectador se encuentra con una colección de abstractos de gran formato y profundo lenguaje matérico en el que el dramatismo de legendaria vehemencia se acentúa con el uso de una paleta restringida al negro, rojo, blanco y oro. El uso de arpilleras o telas apelmazadas, el diálogo con el “otro lado” del lienzo al desgarrar la tela e invadir el bastidor, el uso de los costados de los cuadros y otros recursos de factura como el dripping, los arañazos, las salpicaduras y el gestualismo revelan a un artista que toma la experimentación plástica como algo corpóreo que exige del autor más allá de la sola concepción de la idea, la realización física de la misma.

En la sección destinada a “La valquiria” el negro se hace gris y los demás colores también se aclaran y se enfrían. Quizá es la mirada de Pujol hacia el personaje femenino, a la luz del romanticismo germánico que dio lugar a la obra musical en el siglo XIX. Actos heroicos sin fruto, destinos trágicos, venganza y brutalidad épica que se subliman a través de la recreación literaria, musical, escénica y pictórica.

En la hoja de sala, Fernando Gálvez de Aguinaga hace hincapié en lo monumental de la obra de Wagner y la igualmente inmensa búsqueda de Pujol “con la intención aventurada de transmitir a través de ellas el pulso mismo del universo, una metáfora de la creación cósmica, ese preciso instante cuando […] todas las galaxias y cosas del universo, se empezaron a expandir, se hicieron anillo, ombligo de la existencia universal”.

Tan abstracta como la música, igual de elocuente y de vehemente que la obra de Wagner, la pintura de Pujol invita a adentrarse en la traducción de un entorno legendario a una colección pictórica de lenguaje abstracto y dramático colorido. Y es que en efecto… ¿qué hay más indefinible, abstracto e inasible que las pasiones, que la ira, que la exaltación humana?— María Teresa Mézquita Méndez para El Macay en la Cultura

Fuentes: Diario de Yucatán