Nairy Baghramian, ejercicio de mirones

Nairy Baghramian, ejercicio de mirones

La paradoja del arte abstracto en museos y galerías 

Los mirones. ¿Qué hacen los mirones? Los mirones miran, claro. Pero no sólo miran: los mirones miran y no les alcanza.

Es probable que se dediquen más a la insatisfacción de no mirar suficiente que a mirar propiamente. Los mirones llaman a otros mirones para apreciar la escena, el evento, la composición, la plástica; el asombro que no es puro asombro sino insatisfacción. Los mirones miran los desechos de la muerte, su ausencia; una ausencia reciente, prematura, fugaz pero latente al regreso. Los mirones miran pero no soportan que los miren de regreso.

Te llaman con sus vocecillas de cotilleo sin abrir la boca, con los ojos; con un movimiento de cabeza; con una carrera hacia la muchedumbre; con un dedo apuntando, señalando, ordenando tu atención. Abren la boca; se la cubren con las manos; esconden la vista y vuelven a mirar, esta vez para hacerlo mejor. Los mirones escudriñan los espacios; las trayectorias; los desenlaces. Los mirones se reflejan en los ojos de otros mirones también, como espejos perpetuos. Los mirones le temen en secreto a otros mirones. Los desean ahí, pero los detestan después. Los mirones sienten fascinación por la muerte o por su posibilidad; la desean, la impetran. Pero también la aborrecen, la asustan, la ignoran.

Los mirones pueden acontecer permisivamente en ciertos espacios: delante de una pantalla, alrededor de un escenario, un table dance, un museo. Pero también bajo ciertas circunstancias: un accidente, un fallo, un patrón descontinuado, una sorpresa. Y todo va bien mientras los mirones se atesten bajo esas condiciones.

Lo que pasa en una galería de arte abstracto (o casi cualquiera de sus ramificaciones no convencionales) es una excepción: un espacio planeado para que los mirones gocen de la actividad de mirar como una experiencia total, sí, pero también para que en la experiencia sean sorprendidos o incomodados; o cuestionados o invitados a un ejercicio de comprensión inasible e imposible. La galería, en estos casos, posee una finalidad paradójica: los mirones asisten bajo la premisa de ser trastocados; los curadores y los artistas imponen, a voluntad, la sorpresa; es decir: desean sorprender a quienes desean ser sorprendidos. No siempre funciona. Pero no importa: el arte abstracto es una de esas cosas que, alejadas del resto de las entidades lingüísticas, abogan por la interpretación infinita ex profeso. Significado y significante. Ad infinitum. La escena y los mirones. Y viceversa.

Nairy Baghramian (Isfahan, 1971), iraní de nacimiento pero afianzada en Berlín desde su adolescencia, ha recorrido un camino de exploración sobre los límites representativos de la cotidianeidad; sobre los secretos que ocultan los espacios y los objetos y que acontecen cuando nadie los ocupa; cuando nadie los ve. Inspirada por diseñadores como Janette Laverrière o Jean Michel Frank, Baghramian representa los mismos oficios populares en lugares inauditos (como con “Butcher, Barber, Angler & Others”, instalación de 2009 donde un carnicero, un barbero y un pescador de caña aparecen como un conjunto de tuberías, lámparas, ganchos y plásticos con individualidad pero interconectados, no solamente por la proximidad y la expansión de las líneas sino por su inutilidad: un conjunto de herramientas que forman una entidad que no sirve para nada en el contexto: una parodia del mundo laboral contemporáneo) que elementos que aspiran a lo orgánico en estructuras frías, sintéticas (como en “Retainer”, instalación de 2013 donde un conjunto de paneles de silicona coloreada y policarbonato, sostenidos por atriles de aluminio cromado, forman una curvatura que parece contener el movimiento del espectador, colocado mayoritariamente al centro; dando la impresión de ver unas enormes encías desde adentro de la cavidad bucal, o quizá solamente la idea de una pequeña galería de cultivos de piel grasosa, dispuestos ahí para su ineludible apreciación).

Cuando uno está frente a la obra de la artista iraní, además del infinito ejercicio de la (re)interpretación, no puede evitarse la sensación de la extrañeza en lo habitual.

La paradoja del arte abstracto funciona, no exclusivamente por la intención de los mirones y de quien construye la escena, sino porque verdaderamente la imposición se convierte en un disfrute siniestro.

Se puede apreciar el trabajo de Baghramian actualmente en el Museo Tamayo, en la ciudad de México, con la exposición “Hande Me Down” (hasta el 13 de marzo de 2016), alegoría del acto de donar ropa de segunda mano emparentado con el estereotipo incongruente que existe acerca de la escultura contemporánea a partir del minimalismo. Los mirones se verán complacidos: el accidente impuesto es un conjunto de formas curvas, redondeadas, sobrepuestas o empotradas en las paredes y fachadas; órganos dilatados; formas que bien pueden ser vesículas, o riñones, que no tienen justificación alguna para estar ahí, más que la de haber sido impuestos. Y mirados. Y significados. Miremos, pues.— Ricardo Javier Martínez Sánchez para “El Macay en la cultura”

 

Fuentes: Diario de Yucatán