Los transeúntes del pasaje se detienen a ver… elevan la mirada, rodean la pieza, señalan con el dedo un detalle, un pliegue, luego se alejan, se acercan, se toman una foto, miran la de al lado, observan algo más, de reojo se percatan de otra escultura, a unos cuantos metros: “esa es la que quiero ver, vamos hacia allá” dicen. Y siguen su camino, se detienen, elevan la mirada, rodean la pieza… vuelven a empezar.
Así, los visitantes se aproximan e interactúan con esta muestra del inmenso universo orgánico de barro y pigmentos de Rosario Guillermo que está nuevamente en exposición en Mérida desde hace varias semanas. Una vez más, el Pasaje Revolución es el espacio en el que se despliegan sus piezas monumentales, unas pardas, otras de colores vivos, transmutadas todas por la escultora en sensuales objetos en los que predomina la curva, la hondonada, el borde suave, la cuenca…
La extensa trayectoria de Rosario Guillermo de ninguna manera la ha distanciado de la tierra, al contrario, estrechamente ligada con la naturaleza telúrica, con los orígenes, con lo primigenio, continúa un camino de encuentro personal e íntimo —cada vez más, si se puede— con las variedades de arcilla, con el resultado visible, con el proceso invisible para el espectador, tan entrañable para la escultora quien, así lo ha dicho, prefiere trabajar prácticamente sola y en una especie de conjuro personal hacer brotar de sus manos, de la tierra y del fuego, la sucesión de vivos volúmenes que hoy se llaman “Tectaria”, “Tierra mather estía I”, “Tectónica” o “Subducción” y cuyos títulos la autora no elige sino hasta el final, cuando el proceso termina e inicia un nuevo diálogo con sus propias piezas, a la espera de qué le dice el material, qué le dice ese objeto tras cobrar su propia identidad.
Años de innumerables procesos creativos y de consolidación profesional han llevado a la maestra Rosario Guillermo por un camino pleno de resultados que hoy se pueden observar en su trabajo. El domino técnico de la cerámica, material noble en su esencia geológica ha renacido al lenguaje artístico en las manos de los escultores mexicanos, como Rosario, desde las últimas décadas del siglo XX.
Ahora, con el nombre “Keramikón”, sus piezas se elevan, como escribió Lily Kasner, con la esencia de la terrosidad tangible, como apologías visuales de un reto a la naturaleza, con la espiral y el cono invertido como santo y seña estructural y con el soterrado mensaje de la escultora, congruente a través de su trayectoria en la voz autónoma –esculturas como aploides–, la sensualidad y la vida planetaria.
De ninguna manera puede quedarse el lector con la experiencia indirecta de la exposición de Rosario. Es preciso recorrer, de día o de noche, el bosque de cerámicas monumentales, ver las curvas, los laberintos, las superficies arañadas, los bordes tersos… tal vez así podamos compensar tanto desapego de la tierra, ésta que es la única que tenemos, ésta de la que somos y a la cual todos –creyentes o no– hemos de regresar de algún modo convertidos en cualquier materia orgánica, en ceniza, en polvo, en tierra…— María Teresa Mézquita Méndez para El Macay en la Cultura.
El universo orgánico de Rosario Guillermo. “Keramikón” te salta al paso en el Pasaje Revolución.
