La frecuentación que Jorge Yázpik hace de minerales, piedras y cristales muestra una rara obsesión: la de encontrar la pre-forma contenida en tales materiales. Así, la devastación emprendida a costa de las pieles y las capas de semejantes medios tendría por humilde propósito develar su interior, rescatar de la acumulación de sedimentos, silicatos y polvos su naturaleza primigenia; como si el artista supiera a ciencia cierta que la forma geométrica de un mineral cristalizado es la expresión externa de su estructura molecular interna. Su empeño constructivo evade las tentaciones decorativas.
El tamaño o formato de sus piezas varía enormidades dependiendo de las naturalezas recuperadas, resultando colosales o discretas según lo permita la roca misma al alumbrar sus entrañas; ya que al final de la intervención del artista, o en su auxilio del picapedrero, no se podrá ir más allá de las posibilidades brindadas por las propias sustancias. A un tiempo y modo constantes se impone un riesgo dual, técnico y filosófico, mientras se perfilan los materiales, pues quien compone y fabrica volumen y sentido deviene un confesor eficaz cuando escucha las voces profundas de su informante, en este caso la materia.
Tan complejo proceso creativo le añade al hacedor un rasgo complementario al convertirlo en un analista intuitivo de núcleos sólidos o un cazador de almas endurecidas, como si a despecho de Mohs, nuestro escultor formulase su propia escala de dureza. Pero también se afecta al objeto atendido desde el preciso instante en que las modificaciones realizadas encuentran un límite en las características geológicas de minerales, piedras o cristales, y lo que en última instancia expresan las obras es su historia personal, transformándose en voceras del tiempo congelado y sus significaciones.
Luis Ignacio Sáinz
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