Obra última
Esta obra última está al día en lo que a mí se refiere: no es de afuera, en la moda, donde encuentro el principio de cambio sino en mí mismo, en una necesidad íntima de renovación natural.
Para mí, sigue siendo un hecho que un cuadro tiene comienzo y un medio, pero no un final. Este absurdo frecuente se convierte en una de las obsesiones mayores del pintor: la certeza de que un cuadro jamás está terminado.
Hay pintores fascinados por estar bajo reflectores. Por confrontarse, discutir, polemizar. Hablar y opinar de todo como suelen hacer los políticos o escritores. Yo soy sólo un pintor muy pocas veces satisfecho con su trabajo y con resultados que no son nunca los esperados. Es por eso que para mí, la pintura es un amargo camino que jamás se logra recorrer completo. Un pintor tiene este conflicto nunca resuelto y que mil reflectores no solucionan.
Hoy, a mis ochenta años, no está de más recordar algo que me ocurrió con mi único hermano vivo y lo entrecomillo: “Uno vivía obsesionado por el éxito, el otro por el fracaso y a cada uno le había ido así. Uno de ellos, que pretendía una optimista e ilusoria relación fraternal, preguntó al otro, pintor de setenta años con obra intrascendente: ¿Y tú qué, cómo va todo, sigues con eso de la pintada?
Y sí, ahora a mis ochenta sigo con eso de la pintada. Ni modo.
GRA