La paradoja del arte de Felipe Juárez
En el origen hubo un vacío que fue llenándose poco a poco de polvo cósmico y masas minerales. Ésta es la visión generalizada del origen del universo, de los sistemas y los planetas. Luego llegó la vida: primeramente plantas y animales, y al final el hombre, quien ha pretendido dominar todos los reinos (el mineral, el vegetal y el animal mismo). En esta pretensión, el hombre ha desarrollado ciertas técnicas de dominio y diversas herramientas para lo mismo. Ahora contamos con invenciones increíbles como la computadora o los robots. Sin embargo, el hombre, a pesar de tales avances vertiginosos, mantiene una cercanía con la madre, la tierra, el origen.
En esta dimensión del origen nunca perdido, Felipe Juárez desentierra la tierra misma para entresacar de ella imágenes de cierta sensualidad que nos provoca emociones minerales. Para ello, ha utilizado la madera para entreverar la imagen humana de la creación: Adán y Eva que nunca estuvieron separados, sino siempre unidos, siempre conjugados en una sola pieza vegetal: el árbol del bien y del mal. Y de este árbol Juárez desentierra a los protagonistas del origen que habían sido desterrados por sus pecados, sus emociones originales (minerales y animales).
El panorama del desentierro del origen nos conduce al espectáculo y lo ritual: lo terrenal y lo celestial. Lo terrenal está en la madera, lo vegetal, la madre tierra, en tanto que lo celestial está en la imagen, la sensualidad refigurada en los entes unidos en una sola pieza. He aquí la paradoja del trabajo de Felipe: en apariencia, el hombre y la mujer se unen en abrazos ungidos de sensualidades y, en esencia, los representados eran en su origen un solo tronco, nunca unidos, siempre única pieza. Y el artista únicamente los descubre, los hace presentes, en esa imagen sensual y terrenal de siempre. Devela sus verdaderos rostros primigenios, originales, netamente terrenales. Y alrededor de estos entes, un bosque petrificado de seres e imágenes de la primitividad, del origen del mundo humano y animal, del universo mineral y cósmico. Y qué mejor que la madera para dar esa firmeza mineral, cuasi metálica, rocosa, ígnea, volcánica y cósmica, así como para petrificar la imagen impetrificable del origen, el principio inolvidable de la vida.
Ha sido una obviedad para muchos que el origen está en la madre, en la primera Eva del mundo primitivo, la Eva del origen milenario; de ahí que Felipe Juárez la reproduzca y la multiplique en un paisaje vegetal y mineral. Eva-animal en la creación y Eva-vegetal en la recreación. Verdadera paradoja: la recreación de la creación; la creación vuelta a crear; el círculo eterno del origen al origen.
Óscar Muñoz, 2013.