Schnabel o cómo ser un perfecto idiota

Schnabel o cómo ser un perfecto idiota

La pose ideal del artista popular contemporáneo

Si quieres impregnar a las masas, debes hacerlo impetuosamente. Así son los tiempos que corren. El artista popular contemporáneo debe ser, efectivamente, algún tipo de artista por definición: un pintor, un escultor, un diseñador de interiores, un director de cine, sí, pero y en este caso debe ser también un pelmazo. Al menos alguien normativamente irritante; alguien que incomode en un escenario particular. Alguien que busque la aceptación y el rechazo social al mismo tiempo. Todo el tiempo. De lo contrario podrá ser un artista, sí, pero sin popularidad.

Julian Schnabel (Brooklyn, 1951) entiende perfectamente lo anterior. Enfundado en un atuendo que la mayoría de nosotros usaría un domingo para estar en casa (shorts cuadriculados; calcetines altos; huaraches o sneakers) Schnabel se abre paso frente a la multitud en alguna inauguración con obras suyas y lanza a quemarropa: “I’m the Closest thing to Picasso that you’ll see in this fucking life” (soy lo más cercano a Picasso que verás en esta vida). Aseveración que está lejos de ser cierta; pero ser cierta nunca fue su motivación: Schnabel revuelve el caldo sólo para verlo hervir; y le funciona de maravilla. La gente habla, la gente le desdice; el ámbito se vuelve efervescente porque el artista habla no sólo a través de su obra, sino 0de su actitud.

Heredero de la escuela mediática de Dalí y Warhol, Schnabel aborda sus pinturas lo mismo con una mezcla entre figuración y abstracción, que con simbolismos mexicanos y retratos enormes formados con cientos de platos de cerámica rotos.

Si Schnabel luce como un perfecto gringo tropicalizado en sus vacaciones en Yucatán es porque no está lejos de, efectivamente, serlo: sus experiencias primarias e infantiles en Texas y la frontera mexicana le marcaron profundamente, antes del éxito y la vida neoyorkina y Basquiat y el cine y las alfombras rojas.

Fue en la década de los ochenta cuando comenzó a tener notoriedad. La serie de pinturas “plate-paintings”, su aparición en la Bienal de Venecia y su categorización dentro de la vena neo-expresionista rápidamente le auguraban en futuro promisorio. Después vino el olvido. Al menos el olvido colectivo (Schnabel es uno de los artistas vivos más productivos; su volumen de producción ha sido comparado con el de los renacentistas).

Y entre la fama y el olvido encontró tiempo para planear un proyecto muy personal. Una suerte de homenaje y trabajo erótico: filmaría una película basada en la vida de su amigo, el también artista y eterno niño Jean-Michel Basquiat, y escribiría un personaje ficticio para proyectarse él mismo y hacer que Gary Oldman lo interpretase. Basquiat (1996) no fue bien recibida por la crítica, pero al menos era la primer película sobre un pintor dirigida por otro pintor.

Y a Schnabel le gusta eso, ser el primero en hacer algo, no importa qué.

La redondez cinematográfica vendría después, bajo la forma de “Before Night Falls” (“Antes que anochezca”) (2000), cinta sobre la vida del autor cubano Reinaldo Arenas que, a la larga, catapultaría a la fama a Javier Bardem.

Entonces el mundo recordó que existía un artista que se llamaba Julian Schnabel y que había llamado fuertemente la atención en los ochenta y que ahora lo hacía de nuevo, con más ímpetu.

Un pintor que ahora era director y que además dominaba ambas disciplinas.

Unos años después develaría lo que, hasta ahora, ha sido su obra maestra. “The Diving Belle and the Butterfly” (Le Scaphandre et le Papillon, en francés) (2007), unánimemente aclamada, representa un equilibrio entre la impetuosidad emocional de su director y sus bases como pintor.

“Yo soy esencialmente pintor. Mis películas son extensiones de mis pinturas”, lo que sea que signifique eso. Quizá su ojo fijo, contemplativo para la obtención de la imagen pero furioso para el ejercicio de su representación le ayudó a empatizar con un inmóvil Jean-Dominique Bauby, que víctima de un accidente cerebrovascular debe adaptarse a la parálisis total, pero a la observación incesante del mundo, allá afuera.

A partir de entonces el reconocimiento del ámbito como pintor y escultor le vino de nuevo. La jugada era arriesgada, pero como todo lo arriesgado, la recompensa es mayúscula: servirse de los medios y el excentricismo para llamar de nuevo la atención ya no era suficiente; tenía que probar su maestría en el dominio de otra disciplina. A Julian Schnabel a menudo le llueven tomates. Y lechugas. Metafóricamente. Y él, con su habitual pijama y pantuflas en los pies, se limita a ajustarse los lentes de sol, sonreír cínicamente y sentirse satisfecho. Literalmente. Sabe que su trabajo como idiota va viento en popa, y ese es el mejor trampolín que su obra podría tener.— Ricardo Javier Martínez Sánchez para El Macay en la Cultura. 

Fuentes: Diario de Yucatán