Claudia Álvarez plasma en su obra a niños sufrientes
El mundo infantil es deseablemente feliz, ingenuo y gozoso. Y tanto los medios de comunicación, particularmente la publicidad, como los imaginarios sociales respaldan la fantasía que el siglo XX se encargó de alambicar y que en realidad es una voluntaria ceguera a realidades dolorosas y omnipresentes.
Esa realidad sombría es la motivación perenne en el trabajo de Claudia Álvarez, artista visual regiomontana radicada en Estados Unidos quien en su faceta de escultora, y como resultado de una estancia en la Fundación Gruber-Jez, presentó en 2008 en el Macay una exposición titulada “El silencio del agua”, instalada en la sala 2, y motivada por la enfermedad infantil que había conocido de cerca en un hospital en California.
Los niños de sus esculturas, pequeñas figuras de cerámica de acabado abocetado, incoloras y de no más de 70 centímetros de altura, recibían al visitante desde su mundo pequeño y estremecedor: miraban hacia arriba en espera de la respuesta que nunca llegaría y que pregunta el por qué de una enfermedad terminal que condena sin argumentos.
En aquella ocasión escribimos que lo más inquietante de la obra de la autora “comienza precisamente en el tema, ya que parecería que los temas infantiles (desde el bebé Gerber) tendrían que ser siempre felices y sonrientes”. Pero no son felices los niños representados por Kokoschka o Francis Bacon, como tampoco la fotografía de Aylan Kurdi, cuya imagen dio la vuelta al mundo hace algunos meses y conmovió por exhibir la muerte infantil en medio de la trágica inmigración Siria.
Sin embargo, en el tema nuestro país es tristemente experto. Y desde hace mucho. Y también nuestros vecinos del Norte y del Sur… Por eso Claudia Álvarez centra su interés particular en una constante de la infancia que es determinante: en todos lados hay niños que sufren. Así, con reveladora crudeza, su trabajo despierta en el espectador la desazón por la fragilidad humana, sobre todo cuando está de por medio la temprana edad del individuo en formación.
Las obras posteriores de Claudia han indagado en otras aristas del mismo tema y técnicamente han adquirido color y elementos complementarios. Permanece aún ese rasgo de “abocetado” o “inacabado” en sus piezas, que añade una sensación inquietante al espectador que no puede ser indiferente.
La cerámica, su material más frecuente, cobra vida ahora en pequeños personajes vestidos o desnudos que interactúan entre sí o bien conllevan un mensaje cuyo poder está en el contraste entre la ingenuidad y la fuerte violencia: dos niñas pelean y una parece estrangular a la otra, que está debajo de ella; otro bebé, con un gorro color pastel, lleva en la mano una pequeña pistola que luce muy adulta como para su edad.
En 2014 fue invitada al Centro Nacional de las Artes (Cenart) con su exposición “Acércate”, colección que incluyó nuevamente figuras infantiles, ahora cuya impronta dialogaba con la cerámica precolombina y temas como la vejez, la crueldad, la violencia y otros que ya son lamentablemente denominadores comunes a la realidad cotidiana. Más de la obra de Claudia en www.claudiaalvarez.org.— María Teresa Mézquita Méndez para “El Macay en la cultura”