“Star Wars” y un relato de amor

“Star Wars” y un relato de amor

Víctor Rodríguez, ligado por error a los hiperrealistas

Hay en el café una pareja, chico y chica, que parecen trabajar en alguna asignación escolar. Ella bastante guapa; él no tanto.

Es una tarea de Historia. El chico mueve los pies compulsivamente mientras habla; ella se ríe, a veces más por compromiso que por sincera empatía. Él le toca el hombro cada 2 ó 3 minutos, inclina su cabeza hacia ella. Es evidente su atracción hacia la chica.

Ella se mantiene reticente, pero cordial. Parece que efectivamente quiere terminar la tarea. Después de unos minutos de cháchara sobre cualquier cosa, ella, sorpresivamente, le propone algo: un intercambio de regalos, exclusivamente entre los dos. La condición es que el regalo debe ser una mezcla entre la ridiculez y la significancia personal. El chico, entusiasmado, accede y propone fecha y lugar para el intercambio. Media hora después se marchan del café.

Ya en casa, el chico pasa un par de horas navegando por la Red en búsqueda del objeto perfecto. Los requisitos para el regalo, de acuerdo con las condiciones previas, son las siguientes: tiene que ser un objeto-alegoría a “Star Wars” (la chica es fan) y debe ser reproducible de manera económica (el chico tiene poco dinero). Ya rechazó las ideas de la taza, la almohada, el peluche de R2-D2 y una espada láser que no es más que plástico con lucecitas interiores. En su búsqueda encuentra una imagen, parece una pintura, pero no está muy seguro; le parece poderosa, icónica e irrisible al mismo tiempo: una mujer con el pelo recogido y ropas a rayas horizontales está besando tiernamente a un tipo con una playera con letras a colores y máscara de Darth Vader. O quizá sea Darth Vader disfrazado malamente de un tipo normal. La imagen es perfecta para el fin y los días que corren.

El chico rastrea el origen de la imagen; resulta que es una pintura, obra de un tal Víctor Rodríguez. Tras googlearlo encuentra una reseña que dice lo siguiente:

Sobre el autor

“Víctor Rodríguez (ciudad de México, 1970) es representante de la nueva generación de artistas mexicanos que construyen la vanguardia sin proponérselo.

“Ligado erróneamente desde sus inicios al hiperrealismo, sus pinturas en gran formato logran, la mayoría de las veces, un impacto que no es exclusivamente visual o espacial: es temático y conceptual. La evolución de su obra va desde el homenaje a artistas consagrados que fungen como su inspiración hasta la autorreferencia y la paráfrasis de la mitología pop finisecular.

“Su trabajo es apreciado por su técnica, irrevocablemente fina, pero también por sus temáticas: cualquier persona inmersa en la cultura popular puede sentirse identificada con sus cuadros.

“Funcionan como espejos, ora sociales, ora personales. Para sus obras, Rodríguez utiliza más de 500 fotografías de sus modelos, con el fin de captar el mayor detalle posible y (re)producirlo después. Contrario al propósito de los hiperrealistas (cuya intención es no provocar emoción ni reacción alguna, sino la reproducción más fiel a la ‘realidad’) el artista se involucra en un proceso derridiano: construcción-deconstrucción-reconstrucción. Sean pastiches o retratos o escenas cinematográficas, son siempre reconstrucciones tomadas de la más fiel de las copias para darle, al final, un sentido tergiversado; apto para toda interpretación occidental”.

El regalo ideal

El chico se convence. Acto seguido busca la imagen con la mayor resolución posible, la guarda en una memory stick y se dirige al negocio de impresión profesional. No tendrá dinero para comprar el original, pero bien puede pagar una litografía genérica y elegir un papel mate decente. Que el enmarcado lo haga ella, si desea, después. Las dimensiones de la reproducción no son ni cercanas a las originales de la pieza, pero la calidad de la impresión vale el regalo de intercambio. Tras la impresión, escribe la reseña en el reverso. Subraya las siguientes palabras: “hiperrealismo”, “paráfrasis”, “finisecular” y “derridiano”.

Quiere que ella se detenga en cada una y le pregunte los significados. Y él, con su anhelo de hombre de mundo, pueda responder cultamente y cautivarla.

El día llega y las expectativas se hicieron grandes mientras tanto. El chico compró vino y preparó el viejo estéreo de sus padres para el momento de la entrega.

Tienen la casa sola. Él fantasea con el sexo posterior al intercambio. Ella elige el segundo turno; él estúpidamente acepta. Ella lo desenvuelve con la Marcha Imperial de fondo; está al borde de las lágrimas. Se lanza hacia él en un abrazo imprevisto y fortísimo: “Está hermoso, abre el tuyo”.

La chica no se detiene en la reseña, detrás de la impresión. El chico abre la caja y tras unos segundos de contemplación personal dice: “¿Y qué es esto?”. Ella responde que es un álbum en blanco, listo para ser usado y atesorar todos los buenos momentos por venir en su amistad. Su-a-mis-tad. Carajo. Él entiende: no podrá hacerla suya; ni esa noche ni otra cercana. Y, tras unos minutos de sosiego, se siente bien con eso. O no. Pero no le importa. Decide, tras el primer sorbo de vino, que la primera anotación en el álbum será ésta. Ya se verá después.— Ricardo Javier Martínez Sánchez para “El Macay en la cultura”.

Titulo segundo titulo

Gallia est omnis divisa in partes tres, quarum unam incolunt Belgae, aliam

Fuentes: Diario de Yucatán